(Cayo
Julio César) Militar y político cuya dictadura puso fin a la República en Roma
(Roma, 100 - 44 a. C.). Procedente de una de las más antiguas familias del
patriciado romano, los Julios, Cayo Julio César fue educado esmeradamente con
maestros griegos.
Julio
César pasó una juventud disipada, en la que empezó muy pronto a acercarse al
partido político «popular», al cual le unía su relación familiar con Mario. Se
ganó el apoyo de la plebe subvencionando fiestas y obras públicas. Y fue
acrecentando su prestigio en los diferentes cargos que ocupó: cuestor (69),
edil (65), gran pontífice (63), pretor (62) y propretor de la Hispania Ulterior
(61-60).
De
regreso a Roma, Julio César consiguió un gran éxito político al reconciliar a
los dos líderes rivales, Craso y Pompeyo, a los que unió consigo mismo mediante
un acuerdo privado para repartirse el poder formando un triunvirato y así
oponerse a los optimates que dominaban el Senado (60).
Al
año siguiente, César fue elegido cónsul (59); y las medidas que adoptó vinieron
a acrecentar su popularidad: repartió lotes de tierra entre veteranos y
parados, aumentó los controles sobre los gobernadores provinciales y dio
publicidad a las discusiones del Senado. Pero la ambición política de César iba
más allá y, buscando la base para obtener un poder personal absoluto, se hizo
conceder por cinco años -del 58 al 51- el control de varias provincias (Galia
Cisalpina, Narbonense e Iliria).
El
triunvirato fue fortalecido por el Convenio de Luca (56), que aseguraba
ventajas para cada uno de sus componentes; pero respondía a un equilibrio
inestable, que habría de evolucionar hacia la concentración del poder en una
sola mano. Craso murió durante una expedición contra los partos (53) y la
rivalidad entre César y Pompeyo no encontró freno una vez muerta Julia, la hija
de aquél casada con éste (54).
Entretanto,
César se había lanzado a la conquista del resto de las Galias, que no sólo
completó, sino que aseguró lanzando dos expediciones a Britania y otras dos a
Germania, cruzando el Rin. Con ello llegó a dominar un vasto territorio, que
aportaba a Roma una obra comparable a la de Pompeyo en Oriente.
El
prestigio y el poder alcanzado por César preocuparon a Pompeyo, elegido cónsul
único en Roma en medio de una situación de caos por las luchas entre
mercenarios (52). Conminado por el Senado a licenciar sus tropas, César
prefirió enfrentarse a Pompeyo, a quien el Senado había confiado la defensa de
la República como última esperanza de salvaguardar el orden oligárquico
tradicional.
Tras
pasar el río Rubicón -que marcaba el límite de su jurisdicción-, César inició
una guerra civil de tres años (49-46) en la que resultó victorioso: conquistó
primero Roma e Italia; luego invadió Hispania; y finalmente se dirigió a
Oriente, en donde se había refugiado Pompeyo. Persiguiendo a éste, llegó a
Egipto, en donde aprovechó para intervenir en una disputa sucesoria de la
familia faraónica, tomando partido en favor de Cleopatra («Guerra Alejandrina»,
48-47).
Asesinado
Pompeyo en Egipto, César prosiguió la lucha contra sus partidarios. Primero
hubo de vencer al rey del Ponto, Pharnaces, en la batalla de Zela (47), que
definió con su famosa sentencia veni, vidi, vici («llegué, vi y vencí»); luego
derrotó a los últimos pompeyistas que resistían en África (batalla de Tapso,
46) y a los propios hijos de Pompeyo en Hispania (batalla de Munda, cerca de Córdoba,
45). Vencedor en tan larga guerra civil, César acalló a los descontentos
repartiendo dádivas y recompensas durante las celebraciones que organizó en
Roma por la victoria.
Una
vez dueño de la situación, César acumuló cargos y honores que fortalecieran su
poder personal: cónsul por diez años, prefecto de las costumbres, jefe supremo
del ejército, pontífice máximo (sumo sacerdote), dictador perpetuo y emperador
con derecho de transmisión hereditaria, si bien rechazó la diadema real que le
ofreció Marco Antonio. El Senado fue reducido a un mero consejo del príncipe.
Estableció así una dictadura militar disimulada por la apariencia de
acumulación de magistraturas civiles.
Julio
César murió asesinado en una conjura dirigida por Casio y Bruto, que le impidió
completar sus reformas; no obstante, dejó terminadas algunas, como el cambio
del calendario (que se mantuvo hasta el siglo XVI), una nueva ley municipal que
concedía mayor autonomía a las ciudades o el reasentamiento como agricultores
de las masas italianas proletarizadas; todo apuntaba a transformar Roma de la
ciudad-estado que había sido en cabeza de un imperio que abarcara la práctica
totalidad del mundo conocido, al tiempo que se transformaba su vieja
constitución oligárquica por una monarquía autoritaria de tintes populistas;
dicha obra sería completada por su sobrino-nieto y sucesor, Octavio Augusto.
Fuente: Biografías y Vidas